Eduardo Gibbon, el cartero que recorrió Esquel transportando historias
Tiene en su haber muchas anécdotas del Esquel de antaño. Recientemente jubilado se tomó un tiempo para compartir con EQSnotas anécdotas llenas de amores, desamores y hasta un error de entrega que terminó en divorcio
Nacido el 10 de febrero de 1958, Eduardo se crió en el sector de chacras de lo que hoy conocemos como barrio Badén.
Precisamente donde está situado ahora el Centro de Encuentro (Universidad del Chubut) su papá tenía como único bien un par de hectáreas que les permitía cultivar la tierra para vivir de lo que les prodigaba el suelo esquelense y como único techo una casa con paredes de adobe.
Era tan agreste el lugar que “nos poníamos contentos cuando pasaba un vehículo por día para el lado de Valle Chico” relata Gibbon con un dejo de nostalgia por esos tiempos que no volverán.
La ubicación de su casa tampoco era la mas adecuada porque justo enfrente funcionaba el basural de Esquel dividido por una gran alameda que los separaba del contacto con las especies que lo habitaban. “Recuerdo una época que se introdujo una plaga de ratas de las grandes, esas que hay en Buenos Aires, se nos metían en la casa o los galpones. Calculamos que llegaron a la zona con mercadería del mercado Lahusen” -el antiguo supermercado de Esquel- “se propagaron en cantidad y estaban por todos lado". Recuerda que "hacían sus caminitos hasta el arroyo para ir a tomar agua, en un sector además donde se radicaba gente muy humilde, muchos de ellos despojados de sus tierras durante el Desalojo del ´37 y que construían sus casas con latas de aceite de 5 litros que sacaban del mismo basural”.
"Prácticamente me crié con los chicos de esas familias -rememora Gibbon- en su gran mayoría nativos Mapuches o Tehuelches, con ellos salíamos a cazar liebres y avutardas para el lado de Valle Chico, las agarrábamos con boleadoras que ellos mismos me enseñaron a hacer tendríamos entre 8 y 10 años de edad. En el invierno se veían muchas nutrias (coipos) que merodeaban los mallines, las cazábamos y cuereábamos (eso me lo enseñó mi hermano mayor) comíamos la carne que es riquísima y las pieles las vendíamos en las barracas. Con esa plata me vestía, iba al cine que era lo único que había en esos años porque no teníamos tele, ni luz y el baño mas cercano estaba al lado del chiquero de los chanchos, para bañarse teníamos un fuentón o tina de chapa que estaba en el galpón, la llenábamos con agua y la calentábamos a fuego con leña de sauce”
La familia Gibbon fue muy numerosa “éramos seis hermanos (Arturo, Luis, Rómulo, Adriana, Catalina y Gabriel Eduardo) la mayoría fallecieron solo quedamos Luis y yo que soy el menor”.
Mas allá de haberse criado en una condición humilde, aclara Eduardo “Nuestra infancia fue muy linda, en la noche se jugaba a las cartas alumbrados con un candil a kerosene o velas, mi papá nos contaba cuentos porque no había otra cosa, en la escuela jugábamos a la tapadita con figuritas o al tejo” entre las variantes lúdicas de aquellos tiempos.
Y un día se abrieron las puertas del Correo
Gibbon recuerda muy bien su inicio en el Correo “A Correos y Telégrafos (Encotel) entré a trabajar en el año 1973 tenía 15 años pero ese no fue mi primer trabajo porque ya hacía algunas changas desde los 12 sacando yuyos en las chacras, después como ayudante repuestero en Saunders y Larreguy que eran representantes de Citroen, después pasé al residencial Atalaya de la familia Hassan como cadete y me gustó hasta que me llamaron del Hotel Tehuelche donde el mismo gerente estaba a cargo también del correo quien me ofreció además entrar al correo”.
Amores prohibidos sostenidos por correspondencia y un error de entrega que terminó en divorcio
Dueño de una mirada pícara a Eduardo se le dibuja una sonrisa al recordar anécdotas de cartero “Algo que me quedó marcado es la historia de los que andaban en la trampa, cuando estuve en la provincia de Santa Cruz durante seis años prestando servicio como cartero en el correo de Pico Truncado era algo muy común tanto en hombres como mujeres, que me digan… che pibe cuando te llegue alguna carta llevamela a la oficina, no a casa. Eso en el rubro del cartero es conocido como “secreto postal” y por entonces si llegaba uno a decir algo de los destinos de correspondencia podía llegar a ir preso.”
"Me acuerdo que uno me encargó mucho ese detalle, yo me olvidé y se la entregué a la señora… una vez me lo encontré en la calle le pregunté cómo andaba, a lo que respondió y "¡¡cómo querés que ande si la carta que te encargué la entregaste en casa y me tiraron las valijas por la cabeza!!!
Sean buenas o malas noticias, había que llegar en tiempo y forma al despacho de telegramas o cartas documento y en ese sentido recuerda Eduardo que no era mucho el tiempo que le asignaban por cada entrega no debiendo superar los tres minutos entre un domicilio u otro. También se acuerda los tiempos del servicio militar obligatorio cuando mas de 600 jóvenes soldados recibían cartas de sus padres, novia o amigos “había que notificarlos de acontecimientos tristes como la muerte de una madre por ejemplo, el cartero se terminaba haciendo amigo había novedades de alegría pero mas quedaba marcado el momento de dar malas noticias”.
Era lindo, según propias palabras de Eduardo, llevarle una carta a una novia que estaba esperando noticias de su ser amado ausente porque se iba a estudiar, muchos terminaron casados con hijos y nietos y yo era el mensajero,
Gajes del oficio: la técnica para evitar mordeduras de perros
Por otra parte no existe cartero que haya sostenido una larga trayectoria sin adaptarse a la convivencia con perros de distinto tamaño y carácter, un obstáculo que hay que sortear para la eficiente tarea de llegar con correo a un destinatario y Eduardo supo aprender a sobrellevar situaciones con su bicicleta como único escudo “solían salir de seis a siete perros menos mal que nunca me caí, siempre tuve la ventaja de ser flaco y ágil con la bicicleta de escudo; una vez un perro me mascó las dos cubiertas y me dejó a pata en Alvear, camino a la cascada y de mordeduras tengo varias cicatrices, pero fueron descuidos porque nunca les di la espalada a los perros”.
Tiene dos hijos Alan (28) y Leonela Karen (19) nombre que lleva en homenaje a Karen Hughes, una joven maestra que tuvo un trágico final a comienzos de los 90', hija de un matrimonio al que Eduardo visitaba permanente con correspondencia y con quienes generó un vinculo tras el desgraciado acontecimiento.
Hasta el día de hoy y sin dudarlo, Eduardo recita direcciones exactas cuando le nombran al titular de un domicilio son señales de que no todo es físico para pedalear cuesta arriba las calles de Esquel sino memoria, ingenio y creatividad condiciones que están intactas en el cartero del pueblo.
Llegamos al final, y con ello la gran pregunta a quien siente el oficio y sus detalles ¿alguna vez llegó a pensar que todo lo que un cartero hacía diariamente se iba a reemplazar con un teléfono? “no… para nada, me acuerdo que una vez viendo una película policial de Estados Unidos iban hablando por la calle y yo pensaba… cuando va a llegar eso acá y ahora todo es así. Recuerdo que hasta el 2000 o 2001 llegaban cartas y en los 90's las notificaciones de las AFJP en cantidad, después el trabajo pasó por entregar resúmenes de bancos, facturas telefónicas unas siete mil mensuales, pero cada vez menos cartas, los servicios de notificación de las tarjetas de crédito tomaron ese lugar”.