Esther Evans: Anécdotas de la vida galesa en la Colonia
Su historia revive la de tantas familias de colonos en Trevelin y Esquel. El trabajo en el campo, la capilla y el canto para sostener la identidad.
A sus 89 años, Esther Valmai Evans de Hughes sigue respetando las tradiciones galesas que acompañaban la vida de los colonos y pasaban naturalmente a las nuevas generaciones. "Quiso la vida que mi familia sea completamente galesa y la de mi marido también -revela- Mis padres nos enseñaron que ese origen era algo bueno y así lo transmitieron. Yo también estoy orgullosa de ser argentina" aclara Esther.
Los chispazos de su infancia, juventud y vida familiar son el testimonio vivo de una época fundacional. En una distendida charla, esta descendiente de pioneros galeses rememora los años en esa comunidad de colonos, hijos o nietos de los Rifleros que se afincaron en Trevelin desde 1885.
Fundar un nuevo hogar en este lejano rincón del mundo implicó para los colonos por un lado la libertad de contar con tierra propia para recomenzar. "El gobierno argentino al principio los ayudó mucho y lo que producían era de ellos, no debían nada a nadie" relata Esther. Pero la lejanía suponía también un total desamparo en varios aspectos.
"Una de las cosas que más quisieron preservar los galeses cuando emigraron fue ante todo su identidad y su fe religiosa. Cuando cruzaron Chubut y llegaron hasta Trevelin se quedaron maravillados por esta tierra porque muchos de ellos o sus familias habían sido echados de su lugar en Gales por los terratenientes ingleses, que les alquilaban pequeños lotes para trabajar la tierra, y luego por distintas presiones, muchas veces políticas, los terminaban echando. La religión además era muy diferente. Los ingleses eran anglicanos y los galeses protestantes." relata Esther sobre aquellos pioneros.
"La mujer galesa era sufrida, generalmente tenía gran cantidad de hijos, pero así se vivía en esa época" Como ejemplo evoca a su suegra, que parió sola en un campo de Tecka a su tercer hijo, con la única compañía de sus otros dos bebés, porque el marido salió a buscar ayuda a caballo y nunca llegó a tiempo "No sé cómo hizo para tenerlo sola, nunca me dio detalles pero de esas historias hay muchas".
Criarse en el paraíso
El padre de Esther se llamaba Ioan Penry Evans y su mamá Margaret Jane Williams. Su bisabuelo Aaron Jenkins, llegó en el Mimosa y fue el primer mártir caído en cumplimiento del deber que recuerda la policía del Chubut. "Mamá tuvo 12 hijos. Una nació muerta, la mayor falleció a los 21. Y los otros 10 estuvimos años juntos. Todavía quedamos seis, todos de más de 80, dos de más de 90, yo que no ando lejos...Pero no éramos los únicos de familia numerosa".
La crianza de Esther y sus doce hermanos transcurrió al calor de la pacífica pero laboriosa vida familiar en la chacra donde hoy funciona el molino harinero "Nant Fach", propiedad de su sobrino Mervin Evans, sobre ruta 259 camino a Los Cipreses. No había caminos a Trevelin ni existía la radio.
En la chacra familiar los padres tenían animales y se vendían postes de ciprés. "Se ordeñaba constantemente. Vendían manteca. Y en el invierno los vecinos hacia la frontera siempre venían a buscar leche, grasa, le pedían pañil a mamá para fulano que le dolía la panza, o barba de choclo... esas cosas curaban. Mi mamá era muy previsora y guardaba. A ella a veces venían a buscarla para curar. Me acuerdo una vez un chico se había caído en una olla de ceniza y se había quemado todo. Mamá no era de andar a caballo pero en una ocasión así iba. Atendió partos también. Y no es que había estudiado medicina pero era lo que había".
"El sustento era la chacra, papá era un hombre tranquilo, casero, callado. Estaba feliz ahí en su trabajo. Nunca nos faltó nada. Nunca tuvimos mucho tampoco. Fue una infancia seguramente de importantes privaciones pero también divertida, al ser tantos. Y yo tenía la suerte de ser la octava entonces tenía hermanas mayores que me cuidaban mucho".
Para ir al pueblo había que cruzar dos ríos. En invierno se podía salir únicamente a caballo. Más hacia la frontera había toda gente que entraba de Chile. "De todos modos había muchas familias vecinas con las que teníamos relación. Por donde nosotros nos movíamos cuando éramos chicos, fuera de la escuela, todos hablaban galés. Con las vecinas, con mis tías, en mi casa... Era algo natural. Nuestros primeros hijos hablaban el galés antes que el castellano. Hoy veo que los que aprenden el idioma les cuesta mucho hacer las mutaciones para aprender a pronunciarlo" comenta Esther.
"De todos modos, durante muchos años no hubo contacto con Gales, nadie viajaba ni para acá ni para allá. Recién cuando fue el centenario del Chubut, ahí Gales se interesó mucho por la colonia de la Patagonia. Hay un proyecto que paga el gobierno galés de maestras que vienen y enseñan. Desde ahí ha vuelto el entusiasmo por el idioma".
La atareada vida de campo estaba asociada al acopio para los meses de frío. "Se cocinaba mucho y se preparaban las carnes de chancho, los jamones. Se cosechaba toda la verdura y se vendían manzanas seleccionadas de gran calidad. También se juntaban frutillas silvestres".
"En el campo no se tiraba nada y si estábamos muy inquietos nos hacían hacer varias cosas como seleccionar las plumas de los pollos, gallinas que se comían para hacer almohadas. Se lavaban muy bien en el arroyo en un cajón muy grande donde el agua pasaba y las plumas quedaban. Se ponían a secar bien y había que seleccionarlas. Las duras grandes no servían" rememora.
Por otra parte, era habitual confeccionarse los vestidos. "Mi hermana había aprendido por correo y todas aprendimos a coser. Era un vestido en verano y otro en invierno, porque más no se podía. Pero lo que no usábamos era pantalón. Nos poníamos una bombacha de campo para subirnos al caballo, pero después nos cambiábamos".
La vida cultural y religiosa
La música en las casas tenía una especial relevancia, así como los bailes. "Se cantaba mucho, con partitura. Mi abuelo era compositor y papá tuvo siempre coro, nos reunía para cantar y muchas veces se invitaba a los vecinos. Para las celebraciones era común juntarse a cantar y también los conciertos de navidad con el órgano de la Capilla. Generalmente se cantaba a capella pero algunos hermanos tenían instrumentos. Mi hermano toca el bandoneón y tiene más de 90 años".
En cuanto a la fe, Esther destaca que "era primordial. En verano nos preparábamos para ir a la capilla en coche caballo y era un gran acontecimiento. Los que vivíamos alejados nos quedábamos en una sala de atrás a pasar el día y comer algo, porque había una cocina a leña. Aprendíamos los textos bíblicos, ensayábamos himnos o escuchábamos un sermón cuando había un pastor. Se cantaba con fervor en los sepelios, había himnos que eran especiales. En invierno, que no podíamos llegar a la capilla, hacíamos oraciones y cantábamos en casa" relata y asegura "tengo el corazón lleno con esos himnos".
El futuro de la juventud
Una de las limitaciones más grandes era la educación. "Nadie terminaba la primaria -según cuenta Esther- y no existió la secundaria hasta que yo tenía 17 años. Yo iba a la escuela 82, pero había hasta cuarto grado. Después fui la única que les habrá inspirado a mis padres la opción de seguir 5to y 6to en la Escuela 57 de Trevelin, para eso me mandaron a una pensión. Tenía 12 años. Tampoco me buscaban todos los fines de semana porque era imposible llegar a la escuela en aquella época".
Cuando terminara primaria, las posibilidades de Esther eran volver al campo. "La aspiración era aprender a ser buena ama de casa. Estudiar secundario en otra ciudad no era algo que se hacía. Nuestros padres habían aprendido a leer y escribir, algo de historia y de geografía con muy poca escuela" recuerda Esther.
Cuando terminó Esther volvió a su casa del campo. "Te imaginás era adolescente. Tenía hermanas mayores, que se fueron casando y quedamos cuatro hermanos. Había mucho por hacer, ordeñar, cuidar la crema, el punto exacto de la crema para hacer la manteca y que salga bien era muy importante". Sin embargo, al tiempo surgió la posibilidad de estudiar enfermería, siguiendo el ejemplo de una de sus hermanas. "El Hospital Británico de Buenos Aires estaba necesitando nuevas enfermeras debido a que chicas de la comunidad británica se habían ido a la guerra, y hubo muchísimas chicas de acá que se fueron a estudiar. Así que lo hice, me fui en La Trochita y estudié tres años. No fue una vocación, pero yo quería salir y vivir otras cosas" recuerda.
Luego, Esther se volvió para casarse a los dos meses con un conocido de la infancia: Ivor Eivion Hughes era de una familia galesa de Esquel con campo ganadero en Tecka, dedicado a la cría de merino. En ese campo comenzaron su vida de casados y tuvieron a sus cuatro hijos. "Fuimos muy felices".
Esther lleva muchos años con residencia en Esquel. Sigue rodeada de una enorme familia que aún hoy la acompaña: sus hijos, hermanos, sobrinos y nietos, y desde aquí sigue participando activamente de eventos de la asociación galesa o cualquier encuentro que suponga un granito más de arena a su identidad.