Cuando Laura vio el anuncio en el periódico, no lo pensó dos veces. Era una aplicación que prometía un juego de estrategia “sin límites”, donde uno podía progresar de forma gratuita. 

La mecánica parecía sencilla, entretenida, como esos juegos que ella recordaba haber jugado de niña. Sin embargo, con el tiempo, las reglas cambiaron. 

Para alcanzar el siguiente nivel, empezaron a aparecer compras. No eran obligatorias, pero “facilitaban” la partida. Unas monedas aquí, una mejora allá. Solo unos cuantos pesos, pensaba Laura. Pero lo que ella no advertía era que esos pocos clics estaban alterando su relación con la realidad, atrapándola en un ciclo de recompensas intermitentes diseñado para secuestrar su atención.

No solo era el juego. Laura ya no dormía como antes. Cada noche, tras acostar a sus hijos y apagar las luces, se quedaba con el teléfono en la mano, desplazando el dedo hacia abajo en una inercia sin fin: videos, noticias, memes, mensajes. A veces leía titulares de catástrofes naturales, de crisis económicas, de historias de vidas ajenas. 

Esa práctica, una suerte de "doomscrolling", se había convertido en un hábito casi inconsciente, como si la pantalla la reclamara, como si de esa cascada de información y entretenimiento infinito dependiera su bienestar. Sin embargo, cada mañana se levantaba más cansada, sus ojos irritados, su paciencia más corta, su ansiedad creciendo de manera silenciosa y constante.

La historia de Laura resuena en millones de personas que, como ella, viven atrapadas entre el juego, el doomscrolling y las rutinas digitales que han invadido la vida cotidiana. 

El fenómeno que la tecnología moderna ha introducido, a través de dispositivos y plataformas diseñados específicamente para captar la atención, se ha convertido en un problema de salud pública. 

La adicción a la tecnología no se trata solo de una conducta “poco saludable”; es una dinámica que involucra patrones complejos de gratificación inmediata, dependencias psicológicas y, sobre todo, la erosión lenta y gradual de nuestro derecho a la salud y el bienestar.

En un contexto en el que la tecnología digital permea cada esfera de nuestras vidas, resulta difícil trazar los límites entre el ocio, el trabajo y la adicción. Para entender esta problemática, es importante reconocer que el uso excesivo de dispositivos y la adicción al juego online no solo afectan la salud de los usuarios, sino que también plantean desafíos profundos en términos de derechos fundamentales, particularmente el derecho a la salud.

¿Qué es la ludopatía virtual?

La ludopatía, tradicionalmente asociada con los casinos, las máquinas tragamonedas y las apuestas deportivas, ha evolucionado en esta era digital. Hoy en día, la ludopatía no se limita a las apuestas monetarias, sino que puede involucrar comportamientos compulsivos alrededor de cualquier actividad que use recompensas variables para enganchar a los usuarios. Muchos juegos de celulares y plataformas online aprovechan esta debilidad psicológica: diseñan sus dinámicas para ofrecer recompensas intermitentes, manteniendo a los usuarios atrapados en un ciclo de expectativas insatisfechas.

Lo que hace particularmente peligrosa a esta nueva forma de ludopatía es que las barreras de entrada son mínimas: no hay verificación de edad rigurosa y no es necesario desplazarse ni hacer una inversión inicial considerable. Basta con un smartphone y una conexión a internet para tener acceso inmediato a una plataforma que, bajo la apariencia de un juego, opera como una máquina de recompensas psicológicas.

A través de estos estímulos continuos y aparentemente inofensivos, desarrollan un vínculo que los expertos llaman "engagement compulsivo". Bajo esta lógica, el jugador es llevado a invertir dinero para avanzar, generando una cadena de recompensas y frustraciones que estimulan una relación poco saludable con el dispositivo. Estas estrategias no son accidentales; las empresas estudian patrones de comportamiento para crear un ambiente virtual donde el usuario se sienta constantemente tentado a gastar y a continuar jugando.

El doomscrolling: una espiral infinita de noticias y ansiedad.

Pero no solo los juegos emplean estas dinámicas de captación. Otro fenómeno moderno es el doomscrolling, el hábito de consumir una cantidad excesiva de noticias negativas o impactantes en las redes sociales o en los portales de noticias. Durante la pandemia, este comportamiento se intensificó, pero ha sobrevivido al confinamiento como un hábito inherente a nuestra relación con los dispositivos. En esencia, el doomscrolling actúa como una trampa que atrapa al usuario en una corriente interminable de información pesimista.

A nivel neurológico, el doomscrolling activa los centros de alarma y estrés en el cerebro, generando una especie de adicción a la negatividad. La persona, sin darse cuenta, queda atrapada en una especie de burbuja donde las malas noticias parecen ser la única realidad, alimentando una visión del mundo pesimista y ansiosa. Esta práctica puede llevar al agotamiento emocional, al aislamiento social y a un sentimiento constante de desasosiego.

El derecho a la salud en la era digital

La Organización Mundial de la Salud ha advertido sobre los riesgos de la dependencia digital y ha incluido la adicción a los videojuegos como un trastorno mental, destacando que esta afecta el bienestar integral de la persona. Pero más allá del diagnóstico clínico, el problema está vinculado con el derecho a la salud en un sentido amplio: al bienestar físico y mental de los usuarios. Y aquí es donde el marco legal se vuelve difuso. ¿Hasta qué punto son responsables las empresas de tecnología por las consecuencias adictivas de sus productos?

En varios países, se está debatiendo la necesidad de regular las microtransacciones en juegos en línea. Algunos gobiernos han empezado a considerar las "loot boxes" (cajas de recompensa) como una forma de apuesta encubierta, lo que implicaría una supervisión y regulación similar a la de los casinos. Sin embargo, estas normativas aún son incipientes y enfrentan una resistencia feroz por parte de las empresas, que argumentan que estos mecanismos son simplemente una “experiencia de entretenimiento”.

Aquí cabría preguntarse, ¿hasta qué punto debería intervenir el Estado para proteger el derecho a la salud frente a una industria que ha normalizado la adicción como parte de su modelo de negocios? En última instancia, lo que está en juego es el acceso a una salud mental y emocional equilibrada en un entorno cada vez más mediatizado y digitalizado.

Los efectos negativos del abuso de dispositivos digitales ya son visibles: alteraciones del sueño, disminución de la productividad, trastornos de ansiedad, fatiga, agravamiento de condiciones como el TDAH o TEA y conflictos interpersonales. No regular este aspecto sería ignorar una crisis de salud que afecta cada vez a más personas.

¿Entonces?

La adicción a la tecnología es una problemática compleja y profundamente conectada con los avances de la industria digital. La ludopatía virtual y el doomscrolling representan manifestaciones de un diseño que se aprovecha de la vulnerabilidad humana. Enfrentar estos desafíos requiere tanto de la autorregulación personal como de una respuesta colectiva y legislativa.

Aquí algunos consejos prácticos para evitar caer en la trampa de la tecnología adictiva:

1.     Establecer límites de tiempo: Es fundamental no solo para los niños, sino también para los adultos. Usar aplicaciones de monitoreo y poner límites horarios puede ayudar a reducir el uso compulsivo.

2.     Practicar el “mindful tech”: Ser conscientes del tiempo que pasamos frente a la pantalla y hacer pausas regulares para reconectar con el entorno físico.

3.     Desactivar notificaciones: Para romper con el ciclo de gratificación inmediata, desactivar las notificaciones puede ayudar a reducir la impulsividad de revisar el teléfono constantemente.

4.     Buscar apoyo profesional: La adicción a la tecnología es un problema real y existen terapeutas especializados en ayudar a las personas a manejar estas conductas.

5.     Fomentar actividades alternativas: Invertir tiempo en actividades que no involucren dispositivos digitales –como el ejercicio físico, la lectura, o el contacto directo con la naturaleza– ayuda a equilibrar el uso de la tecnología.

La adicción digital no es solo un problema de tiempo frente a la pantalla, sino una cuestión de salud integral. Así como la sociedad ha evolucionado para proteger a los usuarios de otros productos adictivos, necesitamos una respuesta efectiva que ponga límites a las estrategias de captura de la industria digital. Porque en un mundo de pantallas encendidas, lo que está en juego es la libertad del usuario frente a una tecnología que amenaza su salud y su derecho a vivir sin cadenas invisibles.