Nunca es tarde: La increíble historia de Marta Real
Durante 31 años hizo un trabajo impecable en la Municipalidad de Esquel disimulando una dolorosa verdad: nunca supo leer ni escribir. Hasta hace poco.
Por Milagros Nores
Se llama Marta Isabel Real. La historia de su vida es un golpe a las tripas, un dolor que contagia, pero también es un relato triunfal, el de un presente que sabe a tarea cumplida.
Tiene 56 años. Cumplió 35 años de servicio en la municipalidad de Esquel y muchos más trabajando en casas de familia. Se mueve por el Concejo Deliberante como por su casa. Conoce cada rincón y otro tanto de los secretos de los gobiernos municipales desde Ubaldo Ongarato. En dos años se retira, con la frente bien alta.
Hasta los 52 años fue analfabeta. Pero sería injusto no hacer este remate: a los cultos, "Martita" tranquilamente les pasaba el trapo; a los maleducados los ponía en su lugar, con respeto. De puro poner el pecho a los abandonos, privaciones y maltratos, ella de la vida sí que sabía. Sabía cómo manejarse solita desde la primera vez que se escapó de la casa de su mamá, a los ocho años y la pasó en la calle, durmiendo debajo de los autos. Sabía todos los trucos para sacar una fotocopia por encargo, adivinar un nombre en un listado, un precio en el supermercado o una nota mala de sus hijos en el cuaderno.
Siempre se las arregló, de sobrevivir tiene un master. En el trabajo, como su tarea fue servir en los despachos y limpiar las oficinas, no era condición ser instruida. Mientras crecían sus responsabilidades y la confianza en su trabajo, su callada verdad seguía doliendo, porque su historia dolía. La escuela nunca había sido una opción para ella. Era un secreto que pocos de sus jefes conocieron, y otros, al verla tan desenvuelta, lo olvidaron con el tiempo.
Pelearle a la vida, el camino irremediable de Marta
Marta recibe a EQS Notas en una casa sencilla pero llena de vida. Viven allí sus cuatro nietos mayores. Son sus compañeros, casi hijos. Deambulan, cocinan, charlan. Tienen 22, 20, 19 y 18. A todos les dio lo que ella no pudo recibir de su mamá: amor, educación y un hogar.
"Mi madre me tuvo y me dejó con mis abuelos. Se fue, nadie sabía adonde estaba. Tampoco sé quién fue mi padre" comienza Marta. Vivía con ellos en el campo que tenían en Río Chico, provincia de Río Negro, ayudando con la quinta y los animales. "Hija, no puedo darte estudio porque no está a mi alcance" le decía su abuelo. Estaban lejos de la ciudad y Marta no tenía certificado de nacimiento ni documento.
A sus ocho años un día llegó una mujer que se presentó como su mamá y la trajo a Esquel. "Fue la perdición de mi vida. Mis abuelos eran mis papás". Los recuerdos comienzan a brotar rápido y la movilizan. Nos movilizan. "Estuve muy poco tiempo con mamá, no sé si alcancé a estar un año. Era muy mala, me castigaba mucho. Me traía de niñera para los otros hijos que ella tenía, así que tampoco me mandó a la escuela. Yo hacía travesuras para desquitarme, pero después me dolían los golpes. Ella me ponía arrodillada, con sal, con maíz, estaba horas y horas... " relata y recuerda que la mandaba a buscar agua a la canilla pública y si no volvía a los veinte minutos la agarraba en medio de la calle y la zamarreaba. "Me volcaba el agua y me tiraba los baldes. En esa época me escapaba a la noche, andaba por el Ceferino y me hacía amiguitos, para poder tener un pedazo de pan, de agua" dice con un nudo en la garganta.
"Había señoras buenas que me hacían dormir en su casa, me decían 'quedate hoy pero vos sos menor y vamos a tener problemas'. Un día mamá me buscó con la policía. Había vecinos que veían cómo me trataba y así fue como un día vino una familia a golpear la puerta. Nos dicen que están buscando una chica para llevar al campo como niñera. Mamá les dice '¿ustedes la quieren a ella? Ahí está, llévensela, no la quiero, no me sirve a mí'. Me dio como un trapo de piso, nunca más volví a verlos a sus hijos y jamás en la vida me olvidé de esas palabras. Hoy la perdoné. Ya he perdonado todo lo que he vivido".
Allí tuvo un respiro, por un tiempo. Se la llevaron para cuidar una chiquita en su campo de Las Salinas, Chubut. "Me tenían como su familia, tenía una buena cama, me compraban ropa", pero seguía sin ir a la escuela porque no tenía documento. "Así me fui criando, de un lado al otro, porque justo esta pareja se separó y me explicaron que no podían llevarme. Entonces me quedé con los padres del hombre, que eran los dueños del campo, hasta que pasé una historia fea y me tuve que ir".
Marta se vino a Esquel, sus abuelos también se habían venido. "Vivían en la Don Bosco. Los encontré y fue algo increíble. Pero también apareció mi mamá al tiempo. Llegó con su nuevo marido, me tuvo que presentar: ella nunca me había nombrado". Ahí supo que el señor mayor del campo de Las Salinas de donde se había venido la había reclamado. Marta se quiebra al recordar un episodio traumático: "Un día vi a mi mamá parada al lado de ese señor, y él le estaba haciendo un cheque mientras ella decía 'Es para vos', me estaba entregando y me decía 'no te va a faltar nada, vas a ser la señora de ese hombre'".
Como se fue corriendo y su llanto pudo más, la mamá la entregó en la calle a una vecina de Esquel para trabajar en su casa. Estaba llegando a los 16 años y la educación ya le esquivaba definitivamente. Esa mujer, llamada Ana María Tascón fue muy buena, logró que tuviera un documento y cuando tuvo intenciones de que se escolarizara, Marta se encontró con el padre de sus hijos. "Fue el error de mi vida. No la pasé bien".
Surge la leona, por sus hijos
Marta fue una mujer golpeada y muy celada por su marido, aún embarazada. Tuvo a sus tres hijos. Soportó y soportó, siempre con miedo, hasta que un accidente de su pareja lo inhabilitó para seguir contratado en el municipio y el destino hizo que fuera convocada por quien era el contador en ese momento, Omar Esteves, en tiempos del primer gobierno de Ubaldo Ongarato. Allí comenzó a trabajar. "Cuando yo decía no sé leer ni escribir me agarraba angustia y lloraba. Pero con el tiempo fui aprendiendo a aceptarlo y a defenderme".
"Cuando empecé a cobrar mis primeros sueldos, transpiraba. Tenía una compañera que me acompañaba y después me enseñó a mirar los números y a contar los billetes para que coincidieran. Yo no sabía firmar, tenía que ir a Tribunales a poner el dedo. Un día ella me dice 'vas a empezar a practicar tu nombre'. De a poquito iba poniendo las letras, empecé por Marta y después pude poner Real. Me costaba tanto" recuerda hoy entre risas aliviadas. "Muchas veces me pregunté cuánto me han engañado, pero siempre salí adelante".
Marta logró con el tiempo separarse de su marido. Sus hijos hicieron la escuela primaria y secundaria acompañados por una mamá analfabeta que trabajaba todo el día. "Los tenía cortitos para que estudiaran. Cuando empezó el jardín la más grande yo lloraba por la emoción. Cada paso que iban dando eran pasos de llanto para mí. A la vez tenía que hablar con cada maestra y explicarles que yo no leía. Los mensajes del colegio me los leían los mismos chicos. 'Mami si vos no sabés leer ¿cómo sabés que no hicimos la tarea?', porque yo miraba las carpetas y les decía ¿por qué tenés esto rojo acá?".
Una nueva lucha, con final feliz
Conocimos la historia de Marta a través del ex Presidente del Concejo Deliberante, Licenciado Jorge Junyent. Es él quien le entregó el diploma por haber terminado a los 52 años la Escuela Primaria. Es él quien reparó en una conducta inusual. "Marta es maestranza del Concejo. Una mujer servicial, fantástica, una laburanta. Yo le mandaba mensajes de whatsapp y notaba que siempre me respondía con muchísima demora. Generalmente a la noche —relata Junyent— Un día, le digo 'Marta, ¿te molesta que te escriba por whatsapp?' a lo que respondió 'Jorge, ¿usted no sabe que yo no sé leer ni escribir? Nunca fui a la escuela'.
Al shock inicial de esa revelación siguió una inmediata decisión. Junyent admite que no le dejó opción a Marta. "Tengo la solución. Ahora vas a ir a la escuela y yo me voy a hacer responsable" le explicó. Marta se quedó atónita. Pensaba "a esta altura, ya está, para qué voy a estudiar". Tantos años esperando llegar a su casa bien entrada la noche para que sus hijos o nietos respondieran los mensajes, archivaran teléfonos o le contaran lo que había en su celular. Pero su jefe iba en serio. Involucró a las demás autoridades del Concejo para darle forma a la idea. Algunos no lo creían, pero luego se sumaron para acompañar a la mujer que durante tantos años habían tenido al lado sin notar que no tenía educación formal.
#EnVideoEQS cómo fue el momento en que Marta comienza a estudiar y los logros que va teniendo con ayuda de sus nietos. El eterno agradecimiento a Junyent, Ubaldo Ongarato y Omar Esteves.
De puño y letra, así agradecía Marta la fe de su jefe en ella, con una emotiva carta de despedida cuando Junyent finalizó su mandato y ella obtuvo su diploma de la escuela primaria. "No le voy a negar que costó y mucho. Le puedo asegurar que está bueno saber leer (...) Hoy con la edad que tengo y a poco de terminar mi tiempo de trabajo quiero agradecerle de corazón por haber confiado en mí y darme la posibilidad de concurrir a la escuela para que hoy pueda dar un poco más en mi trabajo y en la vida". En esa carta, también refleja el hecho tremendo de que "nunca nadie me había insistido para que terminara la primaria".
El pasaje final de la carta
Marta termina la entrevista con una revelación. "Cuando me jubile, voy a seguir estudiando". Y que nadie se atreva.