Memoria de carrero: Juan Vitalio Díaz y una vida junto a los bueyes
Talo Díaz es maestro carrero del Alto Río Percy y uno de los pocos amansadores de bueyes que quedan en la zona. Anécdotas de un oficio "no" olvidado.
El oficio de carrero tiene huellas profundas, que se internan en los senderos entre el Alto Río Percy y Esquel. Retroceden no mucho más atrás que treinta años, cuando se vieron los últimos carreros bajar la cuesta de La Zeta para abastecer de leña a las familias de la zona.
El apagón de las fiestas populares en Chubut que se definió por la pandemia es la excusa perfecta para traer a la memoria este oficio casi extinguido pero no olvidado, que compone la identidad del paraje Alto Río Percy. Por estas épocas, en enero, su gente estaría de fiesta: la Fiesta del Carrero inauguraba el calendario de fiestas regionales la primera semana de enero. Nació en el año 2000 para rescatar esta tradición, valorarla cultural y turísticamente y volcarla a nuevas generaciones.
Ser carrero fue una forma de subsistencia que perduró por décadas, cuando la leña era vital en la cordillera. Una actividad sacrificada de hombres curtidos que se "hacían la Patagonia" una y otra vez. Implicaba criar una yunta de bueyes y aprender a guiarlos, salir a buscar leña al monte, hacharla, subirla al carro y viajar por horas y hasta días hacia su destino.
En la zona quedan varios referentes de la actividad, que duró hasta mediados de los 80/90 y fue desapareciendo con la llegada del gas natural y la motosierra, como también de otros transportes más prácticos. Uno de ellos es Juan Vitalio Talo Díaz, carrero, guitarrista, amansador de bueyes, de los primeros presidentes de la Junta Vecinal del paraje, también impulsor de la construcción de la escuela en una zona alejada y sin caminos consolidados.
Un oficio sacrificado
Talo es testimonio vivo de los carreros. "Con el carro prácticamente crié a todos mis hijos" dice, lo que no es poco porque tiene once. Como otros pobladores, heredó el oficio de sus mayores. Es uno de los pocos que aún conserva con celo su catango y su yunta de bueyes, que se llaman Voluntario y Muchacho. Con ellos realiza otras tareas, como acarreo de rollizos.
A la cuesta que va hasta Esquel la conoce de memoria. La bajó y subió una y otra vez a tranco de buey desde que se subió por primera vez al carro de su papá, a los ocho años, para acompañarlo a vender leña. Como mínimo hacían los quince kilómetros en cinco horas, caminando al lado del catango o cuando se cansaban sentados arriba, a puro traqueteo, sorteando caminos bravos y climas no menos ásperos.
Talo es nieto de los primeros pobladores Cifuentes que llegaron desde Chile al Alto Percy. Toda su vida se dedicó a tareas rurales en distintas estancias de la zona y al acarreo de leña junto a sus bueyes. Su campo empieza en el primer tanque verde del paraje Alto Río Percy hasta el Cerro La Torta. "Siempre trabajé solo, con mis animales y mis perros. Tuve una vida sacrificada, a veces duele recordar las cosas" confiesa.
"A los carros los armábamos nosotros, menos las ruedas, que hoy ya ni se consiguen. Algunos las tienen de adorno. También, tener los bueyes no es fácil, ahora es todo gasto". Siempre tuvo dos yuntas, o tres, pero ahora se conforma con una. "Ya estoy acostumbrado. Si no ando un día en buey me da pena, y me aburro" reconoce.
"El buey es irremplazable en el campo. Llega adonde se atasca cualquier máquina" asegura. Actualmente siguen siendo útiles para acarrear los rollizos en el monte. "Eso no se tira con carro, sino con puro yugo. Antes desde arriba de la cordillera sí bajábamos para este lado del río con rollizos arriba del carro. Sabe lo que es cargar semejante tronco, era mucho peso".
Sobre la tarea de "hacer" los bueyes, Talo relata que se amansan por cuatro años. "He amansado muchos bueyes para distintos lugares. Los domo y los entrego mansos. Cuando mejor te sirven los bueyes ya tenés que entregárselos al dueño. El buey se mete por cualquier lado, no lo reemplaza el tractor, pero es necesaria mucha práctica. Te podés quedar apretado con un rollizo. Siempre les digo a mis hijos y nietos "nunca reculés cuando vas con el buey". Tenés que ir mirando porque es muy ligero y si te tropezás te va a pasar por arriba sin querer, porque va trabajando y haciendo fuerza".
En sus épocas, la leña se cortaba con hacha, y era leña larga. El carro se llenaba con dos metros de leña y el destino era venderlos completos. En sus casas, la gente la picaba porque no había motosierra. "Éramos varios carreros que nos encontrábamos y había trabajo para todos. Era un servicio demandado. Incluso hoy si buscás leña y la vendés tenés tu platita" asegura.
#EnVideo Talo recuerda los momentos de viaje en el carro y el esperado encuentro con otros carreros para intercambiar algunas palabras en ese largo andar por la cordillera.
La revalorización patrimonial del carrero patagónico
El actual secretario de Turismo de Trevelin y sus parajes, Juan Peralta, es uno de los referentes del turismo rural en la zona y fue el impulsor del rescate del oficio de carrero para nuevas generaciones, como identidad cultural y turística del lugar. Durante una gestión anterior en Esquel en el año 2015 al 2016 Peralta tomó contacto con los referentes del oficio y llevó adelante el proyecto. "La profesión de carrero surgió del uso que la comunidad le dio al bosque como modo de subsistencia".
"Cuando conversás con ellos, no la viven en sus recuerdos como algo sencillo, sino como un oficio sacrificado. Pasaban días arriba del carro, tenían que cruzar el río cuando no existía el puente. Llevaban la leña y la vendían para poder volver con comida, artículos para el hogar y algunos vicios que compraban en los ramos generales" explica.
Peralta trabajó con los carreros que aún quedaban en la zona y logró que seis maestros carreros: Talo Díaz, Bernardino Díaz, Sergio Ríos, Celso Cifuentes, Dante Cifuentes y Beto Cifuentes brindaran a nuevas generaciones la técnica de manejo del carro y amansamiento de novillos. "Eran talleres de revalorización. Empezaron varios y terminaron unos siete alumnos. Se logró el rescate del oficio en un curso que duró seis meses, en el que cada sábado se juntaban los carreros para transmitir sus conocimientos. Era la emoción de sentarse y escuchar el conocimiento que surge de la vivencia y la experiencia".
Agradecemos la colaboración de Néstor Tejeda, de la Secretaría de Cultura de Esquel